Paula De Elía se para frente al lienzo y comienza intuitivamente un mano a mano con el blanco. Un juego entre su propio cuerpo y el soporte a intervenir, en el que se activa un ritual donde ambos se miden y se sienten. Esta acción fisica, es el paso previo necesario para que aparezca el impuslo, ese gesto primario que identificamos en su mancha, su linea orgánica, y en su paleta elige aplicarlo en ciertas zonas para generar profundidad en los planos y volatizar las figuras que aluden a voluptuosos cuerpos sexuados.

Las obras de Paula generan una tension omnipresente entre sexualñidad, azar, y deseo.

Ella se construye como una mujer deshinibida y deseante, que prefiere la pulsión sobre la razón y el cálculo. Es en su despligue bidimensional, donde elige ir a contrapelo de su carrera y costado mental, la arquitectura.

Sus obras nos hablan de lo primigenio y lo instintivo: mujeres y hombres libres de cuerpo y culpa, un paraíso eterno donde caemos todos.