Deténgase. Cierre los ojos y deje la ciudad a sus espaldas. Olvide los semáforos, los gritos destemplados, el gentío apresurado, las oficinas y los bancos. Usted está ingresando a una mágica comarca. Tal vez, si se lo propone, pueda oler el aroma de las flores, percibir el polvo del guadal expandiéndose en el aire, escuchar el canto del jilguero o la orquesta estridentede las loras alborotando la mañana. Usted, de la mano prodigiosa de este hombre, está desembarcando en Ischilín, un pequeño “país” dondela luz hace milagros en el follaje intrincado de los algarrobos, en el lomo de las mulas uncidas a las “chatas rodeadoras”, en las serranías de hombros gastados por el tiempo y hasta en la cálida intimidad del atelier. Mario Alberto Sanzano, el hombre que menciono, no es un pintor. Es un Quijote que armado con su adarga de óleos y con su espátula en ristre, recorre los caminos de la Córdoba norteña para apoderarse del paisaje y de su esencia, quizás porque él mismo es el paisaje.

Daniel Tomás Quintana

Deán Funes, Julio de 2018